«Analizo ahora el comportamiento de Montano a lo largo del rato que hemos pasado juntos y debo decir que éste ha sido desconcertante, muy voluble, con cambios de humor de una notable variedad. Como si fuera Hamlet. Tanto si ha actuado —nunca lo sabré con certeza— tratando de imitar al príncipe de Dinamarca o no, Montano se ha mostrado, en cualquier caso, como un ser en sorprendente y continua transformación. Como mínimo ha pasado por los siguientes estados hamletianos: a) ceremonioso y cortés, b) sensato, reflexivo, hasta intelectual, c) emocionado y melancólico, d) despótico y burlón, e) fingidor de locura, vengativo, tal vez loco de remate».
Enrique Vila-Matas, El mal de Montano.