«Frank levantó y dejó caer los brazos; luego, al sonido y los faros de un coche que se acercaba por detrás, metió una mano en el bolsillo y adoptó una pose de estar charlando, por salvar las apariencias. Al adelantarlos, el coche iluminó el rótulo y la tensa espalda de ella; luego sus luces traseras se alejaron rápidamente y el rumor de los neumáticos se fue perdiendo hasta convertirse en un leve zumbido. Después se hizo el silencio. A mano derecha, en una ciénaga negra, las ranas de zarzal cantaban como desesperadas».
Richard Yates, Vía revolucionaria.