«No sé decir cuánto tardó Joanna, creo que me dio tiempo a cruzar la charca a braza y que luego hice pie junto a unas rocas del otro lado, asustando a un grupo de renacuajos atraído por el placton. Intenté cogerlos en un cuenco que hice con las manos, pero eran resbaladizos y mucho más rápidos que yo y solo con uno tuve éxito. El hermano de Joanna vino caminando por fuera del agua y se acuclilló frente a mí.
—No debe de tener ni una semana —dijo—, todavía se le agrandará la cabeza y perderá la cola antes de que le nazcan las patas».
Marcos Giralt Torrente. Joanna. El final del amor.