«En otra ocasión, uno de los criados que tenía por misión llenar la tina con agua limpia cada tres días, en un descuido dejó que una rana descomunal (en la que no había reparado) resbalara de su balde. La rana permaneció oculta hasta que me pusieron en el bote, pero después, viendo en éste un lugar donde descansar, saltó sobre él, inclinándose tanto de un lado que me vi obligado a contrabalancearlo echando todo el peso de mi cuerpo sobre el otro y evitar así el vuelco. Una vez estuvo la rana dentro, saltó de un brinco la mitad del largo del bote, y a continuación por encima de mi cabeza, hacia popa y hacia proa, ensuciándome la cara y la ropa con su asquerosa baba. La enormidad de sus rasgos la hacía aparecer como el animal más deforme que concebirse pueda. Rogué, sin embargo, a Glumdalclitch que me dejara habérmelas con el animal a solas, la golpeé durante un buen rato con uno de los remos, y al fin la obligué a que saltara del bote»

Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver.