«Un corazón de rana, es importante haberlo visto, separado del cuerpo, latiendo sumergido en un tubito de ensayo durante varios días; es más impresionante aún que el pecho de donde fue sacado. Es importante haberlo visto, separado de todo, vigoroso, enceguecido y abocado a lo suyo, sin distraerse, cumpliendo vanamente sin dudar con sus latidos y latidos para nadie, haciendo lo que hacía en la naturaleza cuando en el interior de un modesto batracio estaba conectado a las arterias y venas e impulsaba la sangre, glóbulos blancos y eso… Desde el embrión estaba en marcha ya, ya desde el huevo, andando, haciendo andar, autor de la circulación.
Hacían falta muchos así de tercos como él para que pudieran en charcos y pantanos saltar por todas partes las ranas, tuvieran o no ganas, las lerdas y las otras, propulsadas, llevadas por el propulsor infatigable, condenadas a ir hasta el fondo, lo quisieran o no, al futuro, secreto de la vida».

Henri Michaux, Poteaux d´angles.